Cada hombre es un filósofo

«En principio, todo hombre está capacitado para reflexionar sobre las dimensiones más profundas de la vida. ¿Significa esto que todos los hombres somos filósofos, en el sentido estricto de la palabra? ¿Que no es necesario disponer de una formación especial para ejercer esta ciencia? Nada de eso. Pero significa que la filosofía es distinta a las demás ciencias, y que, en principio, todo hombre capaz de razonar puede ejercer de filósofo...»

Leer aquí el artículo de la Doctora Jutta Burggraf.

¿Cómo nace la filosofía?

Filosofía es una palabra de origen griego que significa amor al saber.

¿Cómo se origina? Podríamos decir que nace del asombro y la admiración ante el mundo y la existencia. De la sorpresa brota la pregunta: ¿por qué? Necesitamos respuestas.

Y así nace el pensamiento filosófico, como búsqueda de una explicación natural al mundo y a la existencia. A diferencia de las religiones, la filosofía no busca respuestas basadas en mitos o revelaciones, sino en la razón y la experiencia.

1. ¿Qué es el mundo?

La filosofía occidental nace en Grecia hacia el 600 aC, con los llamados filósofos de la naturaleza. Su gran pregunta era resolver qué es el mundo y cómo se origina.

Sus investigaciones y trabajos giraban entorno a dos cuestiones clave: la materia primigenia que dio origen al universo y los cambios en la naturaleza.

Tales de Mileto. Matemático, astrónomo, astuto comerciante y consejero político, se considera el primer filósofo que indaga de forma racional en los orígenes del universo. En una cultura politeísta que creía que los elementos formaban la naturaleza, para él, el agua es el arjé o principio de todas las cosas. El mundo está animado y la naturaleza poblada de dioses. El alma es inmortal y la fuerza motriz de todas las cosas.

Anaximandro. Discípulo de Tales, continuó investigando la naturaleza y los astros. El origen de todo es el apeiron, lo indefinido, lo ilimitado. El mundo evoluciona a partir de la separación de opuestos —frío-caliente—. El individuo se enfrenta a la comunidad; la historia es una dinámica de enfrentamiento entre contrarios.

Anaxímenes. Discípulo de Anaximandro. Para él, es el airepneuma— el origen de todas las cosas, y los elementos de la naturaleza se derivan del aire en sus diferentes estados.

Parménides. Expone su pensamiento en su poema épico y alegórico Sobre la naturaleza. En él nos habla del Ente único, que lo es todo. Todo es, eterno e inmutable. El “hombre que sabe” pasa de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al deslumbre del conocimiento. La revelación viene dada como una experiencia mística, como una llamarada. Lo que es, es, y lo que no es, no puede ser. De la nada, nada puede salir. Niega la existencia del vacío. El mundo está formado por apariencias que cubren una única realidad.

Heráclito. Llamado "el Oscuro", por sus aforismos paradógicos, se ha hecho célebre por esta frase: Panta rei. Nada es lo mismo, todo fluye. Frente al ente único e inmutable de Parménides, Heráclito propone el cambio como motor y fundamento del cosmos. Todo pasa por un proceso de generación y destrucción. Este fluir incesante se rige por una ley, el logos, que sólo los hombres que saben escuchar pueden descubrir. El devenir está animado por el conflicto. El conocimiento se adquiere por los sentidos y por la inteligencia.

Empédocles. Astrónomo, filósofo y político, postuló que la tierra era esférica. Los cuatro elementos combinados forman la naturaleza. Su pensamiento influyó mucho en la medicina antigua. El mundo oscila y busca el equilibrio por el enfrentamiento de dos fuerzas opuestas, amor y odio, que mueven el universo.

Anaxágoras. Además de filósofo, fue un certero astrónomo, pero tuvo que huir exiliado de Atenas por sus ideas, consideradas impías: el sol es una esfera de fuego; la luna es una roca que refleja su luz y ha sido formada a partir de la Tierra. El origen del universo está en el nous o inteligencia que todo lo anima. La naturaleza está formada por gérmenes o partículas que se combinan.

Demócrito. Filósofo longevo, risueño y polifacético, se le considera el padre del atomismo. El universo está formado por pequeñas partículas, los átomos, y por el vacío. Los átomos siempre han existido y son eternos. No se crean ni se destruyen, se combinan para formar las cosas aparentes y superficiales. La misma alma —psyché— está formada por un tipo de átomos más ligeros, de manera que su filosofía puede considerarse materialista. «Todo cuanto existe es fruto de la necesidad y del azar».

2. ¿Qué es el hombre?

Los padres del pensamiento occidental se preocuparon por el hombre, las relaciones con sus congéneres, el sentido de su existencia y la moral. El lema inscrito en el frontispicio del templo de Delfos, “Conócete a ti mismo”, expresa este afán por ahondar en la naturaleza humana.

El destino es un tema recurrente que aflora en diversas etapas de la cultura. En la Grecia clásica, el hado o destino aparece como fuerza irrevocable en las tragedias. La gran afluencia de gentes a los oráculos demuestra esta inquietud por el sino de la persona.

También en esta época nacen las primeras disciplinas que podríamos llamar científicas y a la vez centradas en el ser humano: la medicina, con Hipócrates, y la historia, con Herodoto y Tucídides. La poesía, el arte y el deporte alcanzan gran esplendor.

El entorno cultural e histórico de estos pensadores es la Grecia de las polis emergiendo como poder hegemónico en el Mediterráneo oriental tras las guerras médicas, la Atenas clásica de la primera democracia, brillando como primera ciudad helena antes de sumirse en las guerras contra Esparta y, décadas más tarde, la Grecia decadente que sucumbe ante el yugo de los monarcas macedonios, Filipo y Alejandro, que forjarán el imperio helenístico.

Por tanto, en el pensamiento de los filósofos de este periodo subyace una profunda conciencia política: son ciudadanos activos e involucrados en los problemas de su tiempo y estudian las diferentes formas de gobierno, buscando las más idóneas.

Los sofistas. El hombre es la medida.

¿Sabios o charlatanes? ¿Practicantes de la sabiduría o tramposos dialécticos? Hijos de una época de escepticismo filosófico, en que los hombres ya no creían en los dioses, los sofistas enseñan la inteligencia práctica y gustan de practicar una retórica brillante y ambivalente. Gorgias, uno de los más célebres, proclama el poder de la palabra como arma para embelesar y embaucar, al servicio de quien la pronuncia. Protágoras fue un orador afamado que se enriqueció enseñando retórica y conducta. La virtud, para este sofista, era la habilidad de la persona para conseguir el éxito.

Sócrates, Platón y Aristóteles fueron muy críticos con ellos. Rechazaron su escepticismo y su relativismo. Los sofistas afirmaban que cada cual tiene su verdad y que es imposible conocer una verdad única y universal, pues toda experiencia es subjetiva. Autores contemporáneos como Fernando Savater reivindican a los sofistas por cuestionar cualquier idea o creencia que no sea totalmente convincente.

Sócrates. “Sólo sé que no sé nada”, o parir el pensamiento dialogando.

De Sócrates, el primer gran filósofo que cualquier ciudadano del mundo podría mencionar, ¡se podrían escribir tantas cosas! Bajito, barrigudo y locuaz, maltratado por su gruñona esposa, despreciado por los gobernantes y venerado por sus discípulos, el hijo del escultor y la comadrona fue un buscador incansable de la verdad. Platón inspiró sus Diálogos en sus enseñanzas. Aristóteles y muchos otros lo reconocieron como gran sabio.

Desafió y atacó los artilugios retóricos y mentales de los sofistas, que sostenían el relativismo filosófico y negaban que existiera una realidad objetiva y universal que se pudiera conocer. Sócrates buscaba esa verdad y no lo hizo encerrándose en elucubraciones, sino de manera directa y abierta: hablando y preguntando a las gentes. Sazonado con ironía, su método engendrador de ideas —la mayéutica— pretendía despertar el conocimiento que brota del interior de cada persona y que, según él, conduce a la excelencia moral y a un comportamiento virtuoso. El punto de partida: reconocer la propia ignorancia. Para Sócrates la ignorancia es la madre de los vicios; el conocimiento es virtud, y ésta conduce a la bondad y a la justicia. Quien sepa lo bueno, hará el bien: esta es la ética de la coherencia socrática.

Platón, el Mundo de las Ideas y el mito de la caverna.

Discípulo de Sócrates, recogió las ideas de su maestro en sus Diálogos de juventud. Viajó por todo el Mediterráneo y conoció a diversos filósofos de su época, además de participar activamente en la vida política de su patria. Con el paso del tiempo, Platón maduró su propio pensamiento y fundó la Academia, escuela filosófica que formó y reunió a su alrededor a cientos de pensadores durante ochocientos años.

Tres ideas clave. Existe un Bien absoluto que es el principio de todo ser y conocer. El mundo físico o de los sentidos es una sombra imperfecta y cambiante de otro mundo inmutable, el de las ideas. Los seres del mundo visible son manifestaciones múltiples y defectuosas de esas ideas universales. El conocimiento no se adquiere por los sentidos, que pueden ser engañosos, sino por la razón. El mito de la caverna es la alegoría que recoge este razonamiento.

Con estos dos mundos, Platón intenta sintetizar el pensamiento de Heráclico —todo cambia— con el de Parménides —todo es—. Entre ambos se genera un impulso, el eros o deseo que lleva al mundo de los sentidos a tender hacia el mundo eterno y universal de las ideas.

Platón se interesó por la política, el arte, las relaciones humanas, la historia… Sus ideas le valieron la persecución y hasta un tiempo de cárcel. Escribió más de cuarenta Diálogos, donde expone su pensamiento en boca de personajes reales o ficticios, y obras como La República, donde describe el estado ideal, a su juicio. Entre otras cosas, Platón opinaba que quienes debían gobernar eran los sabios, es decir, los filósofos.

Aristóteles. De los sentidos a la metafísica.

Discípulo de Platón, ávido de saber, preceptor de Alejandro Magno y fundador de la escuela filosófica de El Liceo, Aristóteles fue un investigador polifacético y prolífico que sentó las bases, no sólo de nuestra filosofía occidental, sino también de la ciencia.

A partir de los conocimientos de Platón, Sócrates, Heráclito y Parménides, Anaxágoras y los pitagóricos, y alentado por su curiosidad y espíritu científico, formuló sus propias teorías. Fue crítico con su maestro: para él no existen dos mundos, uno ideal y otro material, sino uno solo, el mundo sensible y de las cosas concretas. El conocimiento viene dado por los sentidos y la experiencia. La razón crea conceptos universales a partir de la experiencia.

Las cosas están formadas por la forma (su esencia) y por la materia. Ambas componen la substancia y son inseparables.

A él le debemos muchos conceptos utilizados durante siglos en la filosofía y en diversas ramas de la ciencia, como la lógica, el principio de no contradicción, sustancia y forma, sujeto y predicado, la analogía del ser, la economía…

Aristóteles también dio a luz la idea de la metafísica como el estudio del ser y sus cualidades, separándola de las ciencias particulares que se dedican a estudiar parcelas concretas de la realidad. Aristóteles creía en un Dios como “primer motor” del universo existente.

3. En busca de la felicidad

En tiempos convulsos y de grandes cambios, una de las preguntas que preocupan a la filosofía es cómo puede el ser humano alcanzar la felicidad. Así sucedió en la Grecia Helenística y en los tiempos del Imperio Romano. Los interrogantes y las respuestas que ofrecieron los filósofos de entonces resultan de una sorprendente actualidad.

Tomando el sol a la vera de un tonel

Los filósofos cínicos, entre los que destacan Diógenes y su maestro Antístenes, sostenían que la felicidad no puede depender de los bienes materiales. Por tanto, apagar el deseo y la ambición es una buena forma de contentarse. “No deseo lo que no tengo”. No vale la pena afanarse y preocuparse por la riqueza y los honores. La pobreza y la liberación de las convenciones sociales se convierten en virtud.

De Diógenes se cuenta aquella famosa anécdota con Alejandro Magno. El poderoso rey macedonio, atraído por su fama, fue a visitarle a su vivienda, que no era más que un tonel instalado junto a un camino. Diógenes estaba tomando el sol plácidamente echado junto a su tonel y no se inmutó ante tan ilustre visitante. Después de escuchar su saludo y sus preguntas, se limitó a decir: “Apártate, que me quitas el sol”.

Los filósofos del pórtico

Se reunían bajo unos pórticos (stoas, en griego), y de ahí les viene el nombre de estoicos. Zenón de Elea es el más conocido. De mentalidad cosmopolita, sostenía que la realidad es una y que existe un derecho natural universal que todos podemos respetar. La superioridad de la filosofía consistía, según recoge Tertuliano de él, en el desprecio de la muerte.

Seguidores de esta corriente estoica fueron Cicerón, convencido humanista —“el hombre es el centro” del mundo— y Séneca, quien dijo que “el hombre es sagrado para el hombre”. De Séneca, hombre austero y de sólida moral, que fue preceptor del emperador Nerón y vio de cerca la degradación de la familia imperial romana, se destaca su búsqueda de serenidad y su espíritu de resignación, hasta el punto que hoy la palabra estoico suele identificarse con resignado, paciente y sufrido. Para Séneca, la paz interior se logra conciliando el destino y las leyes naturales con la voluntad humana.

Los filósofos del jardín

También llamados epicúreos, buscaron la felicidad humana en el placer y en la amistad. Aristipo afirmaba que la meta del ser humano es conseguir el placer, que se identifica con el bien. Epicuro, aunque su nombre hoy tiene connotaciones hedonistas, fue un gran defensor de la vida sobria y equilibrada. . Su ética del placer propone un dominio de los sentidos, moderación y prioridad del alma sobre el cuerpo. El disfrute, sostenía, viene de la armonía y el equilibrio. Puede haber varios tipos de placeres, y el mayor de ellos es gozar de la amistad. ¿La muerte? No nos concierne. ¿Lo bueno? En realidad, es fácil de conseguir. Si alguien quiere ser feliz ha de renunciar a la ambición y “vivir en secreto”, sin afanes ni angustias, pues en los placeres sencillos se encuentra la felicidad.

El neoplatonismo

La Academia de Platón formó a muchos pensadores, que cultivaron y desarrollaron el pensamiento de su primer maestro. Entre los neoplatónicos destaca Plotino, que tuvo gran influencia en el Cristianismo antiguo. Su doctrina se centra en tres conceptos: lo Uno (que puede identificarse con Dios, lo infinito o el todo); el nous (espíritu , inteligencia, luz) y el alma, la parte inmortal del ser humano, ligada al nous y a la vez al mundo material. Para Plotino el mundo y el hombre viven en tensión entre Dios y su ausencia, entre la luz y las tinieblas. El ser humano forma parte del misterio divino y Dios brilla en la creación.

El misticismo

Otra vía que lleva a la felicidad es alcanzar la experiencia mística, que puede resumirse en un “desaparecer en Dios”, o en lograr una unión con el universo, de manera que la identidad personal se funde con el todo.

El panteísmo, en esta línea, sostiene que todo cuanto existe es Dios, y todo ser forma parte de él. Ser consciente de ello y experimentar esta unión aporta felicidad y plenitud.

Cabe distinguir dos tendencias en el misticismo.

El misticismo oriental busca la fusión total y la identificación de Dios con el universo. Todo es una misma realidad.

El misticismo occidental distingue a un Dios personal, que el hombre puede encontrar en su propia alma y también en el mundo que le rodea.

4. El encuentro de dos civilizaciones: el Cristianismo

El Cristianismo nace en la Palestina del siglo I, pero se expande rápidamente por todo el territorio que ocupaba el Imperio romano, recogiendo así la herencia cultural de dos grandes civilizaciones del mundo antiguo: la indoeuropea y la semita.

Veamos a grandes rasgos qué distingue ambas.

El mundo indoeuropeo

Las culturas indoeuropeas eran politeístas. Los dioses, como los humanos, estaban sujetos a un poder superior y creador del universo.
El pensamiento es dialéctico: el mundo se debate entre el bien y el mal.
El destino marca la vida humana: preverlo es fuente de poder.
El conocimiento se recibe, principalmente, por el sentido de la vista.
Existe una visión cíclica de la historia: todo se repite, todo va y todo vuelve, no hay nada nuevo bajo el sol.
Pertenecen al pensamiento indoeuropeo el Hinduismo, el Budismo y los filósofos griegos.
En lo religioso y metafísico, se prioriza la meditación y la contemplación.

El mundo semita

En la cultura judía se da una revolución religiosa y antropológica sin precedentes: el monoteísmo.
El mundo es fruto de la voluntad de Dios —creado y querido por Dios. Y es originariamente bueno.
Dios escribe la historia, no el destino ni el azar.
El conocimiento se recibe por el oído. “Escucha, Israel…”
La visión de la historia es lineal: hay un principio, un progreso y una meta.
Pertenecen al mundo semita el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam.
En lo religioso, priman la oración, la predicación y la lectura —la palabra.

El Cristianismo

En el Cristianismo confluyen estos dos mundos. Jesús de Nazaret, procedente de la cultura semita, y Pablo de Tarso, hijo del mundo grecorromano, son los dos pilares del pensamiento cristiano.

Las ideas fundamentales de Jesús podrían resumirse en estas dos: Dios es Padre y, por tanto, es alguien cercano, personal e implicado con la historia del hombre. Y Dios es amor incondicional y perdón. La consecuencia es que el ser humano está llamado también a cultivar el amor en su vida —“Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

El pensamiento de Pablo, desarrollando el mensaje de Jesús, aportó dos ideas clave: los hombres somos “de la estirpe de Dios” y la resurrección de Cristo, que preludia la de todo ser humano.

La fe cristiana se compendia en el Credo, redactado en diferentes concilios, que afirma que Jesucristo es Dios y hombre a la vez.

Este mensaje transformó y ha empapado el pensamiento occidental hasta hoy. El concepto de dignidad inviolable del hombre, la abolición de la esclavitud, los derechos humanos, el humanismo renacentista y el progreso de las ciencias y la tecnología se han sustentado en esta convicción de que el hombre es criatura hecha “a imagen de Dios”, llamada a forjar su historia y a completar la creación con su trabajo.

El Cristianismo se expandió por todo el mundo grecorromano, primero con dificultad y persecuciones. Más tarde, cuando obtuvo el apoyo de los emperadores —Constantino, Teodosio—, con gran rapidez.

En los tiempos agitados de finales del Imperio Romano, la Iglesia se convirtió en una institución referente, en la que confiaban los gobernantes y las gentes. Los obispos y sacerdotes fueron encargados de muchas funciones sociales y administrativas, especialmente aquellas concernientes al socorro de los pobres y los desvalidos. Muchas personas pudientes legaron sus bienes a la Iglesia, así como terrenos y propiedades —este fue el origen de los estados Vaticanos—. Así fue ganando poder, y lo que en principio fue un grupo de pequeñas comunidades dispersas, conocidas por su humanidad y por su atención a los marginados, llegó a convertirse en una autoridad suprema, legitimadora de reyes y emperadores.

5. Fe y razón: la Edad Media

De la confluencia de la cultura grecorromana y la semita surgen tres nuevas culturas. En Europa occidental, la católica romana; alrededor de Bizancio, la cultura romana oriental. Y en Oriente Medio surge el Islam, que se expandirá por todo el norte de África romanizado hasta llegar a buena parte de la Península Ibérica.

Estas tres culturas se irán relacionando durante toda la Edad Media y darán lugar a la cultura renacentista que florecerá en Italia.

En la Edad Media, la Iglesia canalizó casi toda la actividad intelectual. El Cristianismo tuvo la capacidad de adaptarse y absorber muchos elementos de las culturas autóctonas. Se podría decir que el Medioevo europeo es una amalgama del mundo romano y el mundo germánico, unidos por un factor aglutinante: el Cristianismo.

La filosofía medieval se centra en Dios —teocentrismo— y en la relación del hombre y la naturaleza con él. El mundo, partiendo de la concepción judeocristiana del Dios creador y del sentido lineal de la historia, es un universo ordenado donde cada cual ocupa su lugar (clases sociales bien definidas, jerarquías claras, gremios, hermandades). La vida es un largo camino hacia el cielo.

Los centros de cultura fueron durante mucho tiempo los monasterios, donde se recopiló y estudió el saber de los clásicos y se desarrollaron nuevas tecnologías agrícolas, la medicina, la matemática, la alquimia y otras ramas del conocimiento. Con el tiempo, la Iglesia abrió las primeras universidades europeas, como las de Oxford y París. Aunque la más antigua de Europa, Bolonia, fue iniciativa del ayuntamiento de esta ciudad. En España, la más antigua es la de Salamanca.

Durante la Antigüedad posterior a la caída del Imperio Romano, el pensamiento más influyente en el Cristianismo fue el neoplatonismo.

San Agustín sintetiza Platón y el Cristianismo en sus escritos, en conceptos como la dualidad cuerpo – alma, espíritu – materia. Agustín, buen conocedor de los filósofos clásicos, llegó a la conclusión de que la razón tiene sus límites y no puede explicar jamás la fe. La fe, sola, salva al hombre, pues es un don de Dios, y no fruto de su esfuerzo. La historia humana muestra el designio de Dios, como explica en su obra La ciudad de Dios.

Siglos más tarde, con el avance en el conocimiento científico y las nuevas traducciones que se realizan de textos de sabios griegos de la antigüedad, la Iglesia ve la necesidad de asumir un pensamiento que dé cabida a la razón y al conocimiento experimental. Así es como nace la escolástica —la razón se pone al servicio de la fe.

Tomás de Aquino ofrece la versión de Aristóteles en clave cristiana. Hay dos caminos para llegar a Dios: la fe y la razón. Ambas se complementan y no se excluyen. En la Summa Teologica, Tomás intenta explicar la existencia de Dios con argumentos racionales y rigurosos.

El diálogo fe y razón marca la Edad Media europea. Se llega a una conciliación de ambas y así es como desde la Iglesia se alienta el estudio de las ciencias y los avances tecnológicos. Personajes como el papa Silvestre II —Gerbert d’Aurillac—, San Alberto Magno o el franciscano Roger Bacon fueron bien conocidos por su saber enciclopédico, sus investigaciones y su inquietud científica.

Este equilibrio se romperá en la crisis de la Baja Edad Media. Con el apogeo de las ciencias y los descubrimientos del Renacimiento, fe y razón se separarán y seguirán caminos independientes.

6. El hombre es el centro: el Renacimiento

Entre los siglos XIV y XV Europa experimenta un movimiento de gran vitalidad y complejidad, que ha sido llamado Renacimiento.

El Renacimiento no se produjo de golpe, ni tampoco fue exactamente una ruptura con el pasado, sino la consecuencia de unas tendencias y movimientos que se habían ido forjando en los siglos precedentes. Se puede decir que el Renacimiento fue un estallido que se gestó durante toda la Edad Media.

A grandes rasgos, podemos definir el Renacimiento como la época en que:

—se vuelve con pasión a las raíces grecolatinas de la cultura europea
—la imprenta expande y populariza las ideas y el saber como nunca antes había sido posible
—se produce un auge científico; los descubrimientos, inventos e investigaciones se multiplican
—la fe se desplaza de Dios al ser humano: el hombre es divino
—se acentúa el individualismo frente al sentido comunitario medieval
—el vitalismo —Carpe diem— se difunde como filosofía de vida
—surge con fuerza una vena panteísta: el hombre es uno con la creación

Desde el punto de vista histórico, es la época de las grandes exploraciones y viajes marítimos alrededor del mundo, que han sido posibles gracias a los avances científicos, y que los espolean, a su vez.

Cae Bizancio y el Imperio Turco ocupa buena parte del oriente Europeo. Toda la cultura clásica atesorada allí se esparce y muchos intelectuales se refugian en occidente, difundiendo obras cumbre del saber antiguo.

Lutero difunde sus tesis y se produce la ruptura de la Iglesia, con la Reforma protestante. La reacción de la Iglesia católica será la Contrarreforma.

El Renacimiento es una época de brillantez artística y cultural, pero también es escenario de guerras sangrientas que asolan Europa.

Los Países Bajos consolidan el capitalismo y la banca como nuevo sistema de poder.

Algunos pensadores que representan la filosofía renacentista son los siguientes.

Giordano Bruno, panteísta, que aseguraba que el mundo es una prolongación de Dios.
Galileo Galilei, impulsor del método científico. “Mide lo que se pueda medir, y lo que no… hazlo medible”. Entre muchos inventos y descubrimientos, le debemos la ley de la inercia de los cuerpos.
Francis Bacon, abanderado de la ciencia empírica, sin prejuicios. “Saber es poder”.
Leonardo da Vinci, artista y científico polifacético y genial, es un buen representante del pensamiento y la mentalidad del Renacimiento: el hombre ávido de saber y experimentar, ningún campo de las ciencias y las artes le es ajeno.
Copérnico y su teoría heliocéntrica sobre las órbitas celestes.
Kepler modificó las teorías copernicanas y descubrió que las órbitas de los astros eran elípticas.
Estos, y muchos otros, prepararon el camino para Newton y su ley de la gravitación universal.
A raíz de la reforma surgen también pensadores que promueven un humanismo cristiano:
Lutero, protestante, que sostiene que la relación entre Dios y el hombre ha de ser individual y privada
Erasmo, católico y humanista, defensor de la libertad de conciencia

Resumiendo mucho, del teocentrismo medieval pasamos al antropocentrismo renacentista. Fe y razón inician caminos separados y la ciencia comienza a ganar terreno y autoridad frente a la religión.

El ordenado universo medieval, completo, cerrado y jerárquico, con el hombre situado en el centro de la Creación, se resquebraja. El hombre renacentista verá ante sí un universo mucho más amplio y móvil, donde él ya no es el centro físico, pero sí su centro intelectual, porque la razón le permitirá dominar la naturaleza. El conocimiento ya no vendrá de la contemplación ni de la revelación, sino mediante el uso de su razón y la experimentación.